Por mucho tiempo, el estilo de enseñanza nos acostumbró a ver las ideas aisladas. Al presentar los contenidos separados y focalizar la atención en la menor cantidad de ideas para evitar confundir a quien aprendía se levantaron, sin quererlo, barreras que promovieron un pensamiento desconectado.
Con mucho conocimiento, en algunos casos, pero con una muy débil capacidad de reconocer que la información de un lado puede sumarse a la información que está del otro, las soluciones que se dieron a muchos problemas fueron apenas remediales. Se "parcharon agujeros" que más adelante volvieron a abrirse y con un mayor tamaño.
Afortunadamente, el cambio sistémico en educación que iniciaron tenaces investigadores en las últimas décadas del siglo XX está cobrando fuerza en esta segunda década del siglo XXI. La tecnología está facilitando que podamos conectarnos con los demás y con sus ideas desde lugares distantes. Los espacios que tenemos hoy día para expresarnos y crear comunidades de aprendizaje están abriendo oportunidades para la creatividad y la diversidad. Por fin, el pensamiento creativo, que por mucho tiempo ha sido visto como exclusivo de algunos, se alimenta entre los participantes de las comunidades. La actitud abierta de los participantes y su pensamiento divergente son motores clave del pensamiento sistémico y creativo que poco a poco van formando hábitos mucho más potenciadores de resolución de problemas.
Como docente de educación superior, sé que soy agente de cambio. Me motiva ser parte de la transición. Me anima ver que las ideas innovadoras de expertos del siglo XX, estén por fin teniendo acogida en el Siglo XXI. Veo entusiasmo en muchos por conectar ideas (nuevas y antiguas) para ayudarnos a aprender en coparticipación y eso me hace pensar en un futuro con mucho más sentido para todos.
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